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Estela ferroviaria

Piensas dentro de un tren a oscuras, cómo caen los esquemas de tu vida poco a poco, involuntariamente... piensas qué ironías y qué desgracias, qué coincidencias, qué grandes locuras hay... inconscientes de que estamos en otro mundo, con sueños eternos inalcanzables...
Piensas en que el tren no llegue a ningún sitio, deseas vivir allí eternamente, soñando, actuando por impulsos que pueden llegar a ser literarios... provocando a ese viajero que se baja dentro de dos estaciones, que observa atentamente por el rabillo del ojo lo que haces mientras metes y sacas un chupachups de la boca, poseyendo el poder sobre la postura en que te sientas... o mismamente hablando de cómo es la vida cuando tienes casi diecisiete años con alguien que no conoces pero que tiene el mismo interés que tú en entablar una conversación propia de una novela.
A oscuras en un vagón, sola en medio de la noche eterna, divagando entre recuerdos de no se sabe qué grado de madurez. Leyendo y escribiendo mensajes sin fundamento humano, que sólo sirven para herir, para seguir escarbando en las heridas, para confundir... para no se sabe qué fin o principio, para querer llorar y no poder. Mensajes inservibles a la alegría, alimento de la tristeza y de un pesar que aún no comprendo. Restos con los que el reflejo de la ira aumenta y engorda hasta hacer explotar el espejo. Amor no evocado, no presencial, absurdo movimiento juvenil determinante.
Lecturas transportadoras, que hacen reflexionar. Nadie sabe qué tiene el tren, incita a alimentar la mente de historias ajenas. Psicología loca...
Es un sufrimiento desbocado, incertidumbre y traición, un jabón mojado que se te escapa de las manos y una vez en el suelo escapa de su captor.
Nada ni nadie en el mundo sabría entenderlo...
Adiós tren, yo me quedo en la vía, esperando al próximo, tumbado sobre ella mientras veo las estrellas...

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